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Foto del escritorCarlos Molina Camacho

Gigantes de la tundra

Bienvenido/Bienvenida a la crónica de mi viaje al hábitat de los bueyes almizcleros, la tundra de Noruega. Una aventura repleta de emociones, historias, fotografías y sobre todo de nieve.


26/11/19

Comienza la expedición, desde mi casa. Repaso mi equipaje de mano, los vuelos, baterías y tarjetas de memoria, salgo con la incontrolable sensación de que olvido algo pero ya es demasiado tarde para volver a revisarlo.


La primera vez que estaba en el aeropuerto del Prat, sumando mi poca experiencia volando fue llegar y no saber dónde ir, pero como sabía exactamente que me iba a perder a pesar de las grandes señalizaciones, llegué con tiempo para ahorrarme los nervios y así ir más calmado por la terminal. Una vez facturada la maleta, es hora de pasar el control, que gracias a mi suerte siempre suena la alarma por causas ajenas a mí que hacen que todo el mundo se fije en el chico que tienen detenido, provocando aún más las ganas de llegar a mi destino.







"Al pasar todos los controles y esperar a que mi vuelo saliera en pantalla, apareció el cuarto. Los nervios casi me hicieron coger un vuelo con destino a Milán y no a Oslo, pero a 5 minutos de salir me aseguré."







Mis dos compañeros de viaje se encuentran ya en Oslo. A pocos minutos de volar recibo un mensaje por el grupo "Expedición Noruega", Ieltxu (quien guiaba la expedición) acaba de llegar y me esperarán en la estación de tren.









"El vuelo fue tranquilo, con pocas turbulencias excepto cuando llegábamos a Oslo, el avión se movió algo más pero nada destacable. Con unas vistas espectaculares, esta foto es de mi querido Pirineo."







Aterrizamos, después de sentir por primera vez el viento noruego y saber que takk significa gracias. Mis dos compañeros de viaje fueron al centro a comprar varias provisiones para la expedición y me tocó esperar, aproveché para conocer el aeropuerto hasta que llegaron. Nuestro tren hacia el corazón de Noruega salía sobre las 23:30, así que aprovechamos para descansar en unos sillones y conocer algo más a Javi, el otro integrante del grupo.


Después de unas horas de risas y  de compartir fotos decidimos salir para que Noruega nos dé la bienvenida a su más puro estilo, nevando. La espera se nos hizo más amena con un poco de nieve, así nos íbamos aclimatando para los próximos días. Eran las 19:03 y no había prácticamente luz, los días eran muy cortos y las noches muy largas, un factor muy importante que juega un papel fundamental en este viaje fotográfico.


Llegó la hora de coger el tren, no nos aclarábamos muy bien ya que no había ninguna máquina o persona que verificara tu billete y nos confundía a la hora de escoger qué tren era el nuestro, pero al final pensamos en que habría un revisor dentro del tren que iba pasando asiento por asiento y así fue. Una vez las mochilas y maletas en su sitio es hora de intentar dormir en la butaca, toca intentar ponerse cómodo y con la chaqueta puesta, ya que cuando se abrían las puertas entraban los grados bajo cero que te despertaban de golpe.


27/11/19


Tras unas cuantas horas dentro del rompenieve, llegamos sobre las cuatro de la madrugada (un total de seis horas aproximadamente). Nevaba y la capa de nieve obligaba a levantar la maleta a pulso hasta la cabaña. Por muchas horas que llevase en el aeropuerto, fue al bajar del tren cuando sentí realmente que estaba en Noruega.


De camino a nuestra pequeña y acojedora cabaña se encontraba la casa de la dueña de esta, nos esperaba despierta para entregarnos las llaves en mano. Nos preguntó si estábamos para ver animales, 'we are looking for muskox' le dije mientras nos dirigía al sitio donde nos quitaríamos la nieve los próximos días, a lo que nosotros llamaríamos casa por una semana. Hora de dormir.


El primer día lo dedicamos a intentar localizar grupos de los diferentes animales de la zona, en concreto bueyes y con algo más de suerte los esquivos renos salvajes. Mientras preparamos las mochilas hablamos sobre cuál es el plan y hacia dónde nos dirijiremos.







"Las vistas al apartar las cortinas, la inmensidad. Qué bonita sensación. Todavía no había visto el paisaje con la luz del día y fue uno de los mejores despertares que he tenido."





Baterías cargadas, guantes puestos y prismáticos preparados, empezamos a caminar. Cruzamos la única carretera del pueblo y nos adentramos en las montañas del corazón de Noruega. El cuerpo comienza a entrar en calor y cada vez te sientes más cómodo andando. Unos cuantos cientos de metros y empieza a nevar, seguimos caminando y nuestros pies cada vez se van hundiendo más y más pero continuamos ya que es lo que nosotros estábamos buscando, la verdadera esencia salvaje del lugar y para ello hay que adentrarse.


La nieve sigue cayendo apilando capas, blanco sobre blanco, los contrastes dejan de ser visibles y se convierte todo el paisaje en una misma imagen y profundidad. Era realmente espectacular mirar hacia cualquier lado y no ver nada más que una capa monocromática de blanco en lugar de relieves montañosos.


Gracias a la experiencia de Ieltxu pudimos llegar al punto que anteriormente planeamos.





"Blanco sobre blanco. Detras de mí hay una montaña, que por estas condiciones es imposible de ver. En la imagen, al fondo se pueden apreciar algunos relieves de los arbustos que rodeaban las laderas."




Seguíamos caminando subiendo la montaña que nos haría llegar al punto donde intentaríamos localizar grupos de animales, la visibilidad seguía siendo nula. Llegamos a la zona, es un punto alto donde no veríamos el fin de ese paisaje y nos ayudaría a ver grupos de bueyes o renos por muy lejos que estén. Nos calentamos las manos con el hornillo mientras cruzamos dedos para que esa espesa cortina blanca cediera, pero como era de esperar nos tuvimos que mover hacia otro punto más alto, otra zona donde parecía que estaba algo más despejado. Subir para bajar y bajar para volver a subir, tuvimos que rodear la montaña que teníamos a nuestras espaldas para llegar al otro lado donde el viento nos permitía ver a distancias mucho más largas.


Volvemos a sentarnos con los prismáticos en la mano, teníamos un bosque de abedules en el que intentaba ver una silueta muy poco común en esta zona de Noruega, el alce europeo, ellos buscan el cobijo de los árboles y nosotros nos movíamos por las praderas blancas sin fin. Mientras intento avistar algún movimiento entre las ramas Ieltxu nos avisa de que ha visto dos bueyes a unos cuantos kilómetros de donde estamos, grandes bultos en medio de la nieve con una marca blanca en forma de una pequeña 'u' que te puede garantizar que no es un arbusto. Javi y yo intentamos localizarlos con ayuda del zoom de la cámara, la primera foto de los bueyes del viaje son dos pequeñas manchas marrones que no me podían dar más alegría y motivación.


"Pequeños y lentos movimientos eran los que delataban a los gigantes de la tundra. Dos bueyes en medio de la nada, mientras uno de ellos descansa tumbado y es más difícil de localizar."


Desde allí arriba hablamos sobre cómo llegar hasta la zona de los bueyes al día siguiente, mientras nos comíamos una barrita energética congelada y guardábamos la cámara para volver a la cabaña. En la bajada nuestros pies se hundían en la nieve reciente, una señal para que en la próxima salida lleváramos raquetas y sea todo más fácil.





"Las marcas indican hasta dónde nos llegó, en la imagen Javi, que llevaba nieve hasta la cadera"






28/11/19


Tras la primera salida del día anterior, había que cambiar ciertos aspectos en el equipo a la hora de ir a buscar a los bueyes que avistamos. La mochila lista, cámaras cargadas y raquetas puestas. No ha dejado de nevar en toda la noche y se nota en cada paso que damos.


La noche anterior estuve arreglando mis polainas con una cuerda y bolsas de plástico, mi cremallera se partió y era imposible de volver a recolocarlo. Los imprevistos son una parte de los viajes que no se pueden predecir y tienes que estar preparado para esas situaciones, por desgracia no fue el único del viaje que me desquiciaría en medio de la nada. Llevamos unos kilómetros donde el viento nos golpeaba cada vez con más fuerza y nos impedía ver a la lejanía, pero íbamos en el camino correcto, dirección bueyes almizcleros.


Atravesamos ríos congelados y zonas cubiertas por más de un metro de nieve, durante esos momentos mis raquetas se desenganchaban de mis pies (aproximádamente cada media hora) y tardaba en arreglarlo unos segundos que sin duda se hacían eternos, con las manos sin guantes en medio de una tormenta de nieve nada es fácil y menos si tienes que arreglar algo que está repleto de hielo. Volvía a coger el ritmo y mis manos se calentaban dentro de las manoplas, cada vez nos acercábamos más.


Paramos y usamos los prismáticos para ver si los bueyes no se han movido mientras que la tormenta nos permite ver. Quietos y sintiendo el viento helado, Javi nos avisa de que está viendo movimiento a lo lejos creyendo que era otro grupo de bueyes que merodeaba por la zona. Vuelvo a ponerme los prismáticos en los ojos, "alces, alces, son alces!" digo con la voz suave pero rebosando emoción. Empezamos a tomar fotos agachados, son muy esquivos y extremadamente sensibles a los olores y ruidos, nos han visto pero siguen su camino hacia el bosque. Eran tres machos, el adulto guiaba a los dos jóvenes que le seguían mientras se pelean entre ellos. Fue realmente impresionante ver cómo avanzaban, una rápidez espectacular gracias a sus grandes y largas patas que recorren en minutos grandes extensiones de nieve. Cruzan la ladera, se adentran en el bosque, desaparecen.


Nos miramos y nos abrazamos, no me lo podía creer, la piel de gallina durante 10 minutos y sin frío en el cuerpo. Seguimos caminando.




"Se marcan entre ellos las distancias. Rodeados por una estampa nevada que te absorbe y aprovechando la menor distancia focal de mi objetivo, intento retratarla."




Seguimos en busca de los gigantes de la tundra. Cada vez más cerca de ellos y cada vez más lejos de casa. Se ven a la distancia y puedo ver sus caras con los prismáticos, pero de repente se levanta una enorme tormenta.



"Ieltxu en uno de esos agujeros sorpresa que estaban por todo el camino que miden más de un metro de profundidad. Los bueyes se encontraban detrás de esa cortina de nieve."


Atravesamos la espesura y ahí están, tumbados con los ojos cerrados. Hielo y nieve golpeando y cubriendo su cara de una máscara blanca. No sabría explicar la sensación de ver a estos animales con aspecto prehistórico enfrente de mis ojos, con mil sensaciones en el cuerpo empiezo a hacer fotos, manteniendo la distancia. Unos pocos minutos era el tiempo que estábamos sin hielo en la cara, el viento no cesaba ni un solo momento, las pestañas hacían su función y el frío cada vez era más intenso.


Por otro lado mi cámara no aguantaba más, cada foto era un suplicio para ella y se notaba a la hora de cambiar los ajustes. Una réflex para principantes que está preparada para trabajar en un entorno con condiciones 'normales' y sin tener el cuerpo sellado, es una auténtica lucha. Y pasó, mi cámara seguía funcionando pero el dial y la rueda para exponer se congeló, no podía cambiar nada. Estaba oscureciendo y ya era hora de volver a casa, las condiciones de luz no eran muy cambiantes y las fotos solo requerían un revelado con más luz.


Cuando empezamos a andar, nos dimos cuenta de que los bueyes comienzan a tambalearse como en el inicio de sus juegos para mantenerse en forma. Volvemos a acercarnos, sin molestar, comienza el espectáculo. La tormenta se desvanece y los bueyes empiezan a pelear. La nieve sale volando de su cuerpo en cada impacto y sus caras van siendo cada vez más visibles después de que todo ese hielo caiga.

Volvemos, mi cámara seguía congelada y yo con el miedo a que dejara de funcionar. Al llegar la puse en el calefactor durante unas horas, una batalla más superada y lista para unas cuantas más.

29/11/19 La mochila pesa el doble, hoy es el día que no volveremos a casa cuando el sol ya esté en el horizonte. Preparamos todo y repartimos peso, hornillo, comida y material de la tienda. Dormimos fuera.


Salimos como siempre, las raquetas en los pies y los prismáticos preparados para cualquier movimiento. La misma liebre ártica de todos los días cruza el camino cada vez que pasamos por su lado. No paramos de caminar y da la impresión que no avanzamos, el paisaje es tan monótono que parece que estás en el mismo sitio por mucho que des pasos hacia delante.


Ieltxu que va por delante, se agacha y saca la cámara, algo está pasando. Me acerco a él agachado, por detrás va Javi haciendo lo mismo, el grupo de los tres alces machos están enfrente a pocos metros de nosotros y se alejan poco a poco. Decidí disfrutar el momento, sin fotografiarles, solo con mis prismáticos en la mano y el viento en mi cara. Ellos sacaron buenas imágenes de ese pequeño instante que al igual que muchos otros, por más tiempo que pasa más bonito se me hace recordar ese viaje.


Seguimos caminando, esta vez con el viento en contra. El hielo golpea directamente en la cara haciendo que notes esos pequeños pinchazos que te obligan a mirar hacia abajo. Un grupo de perdices nivales levanta el vuelo al mismo tiempo que vemos movimiento encima de una colina, prismáticos y nieve, dos renos juegan a golpear sus astas aguantando el fuerte viento. Una imagen que aunque no esté en mi tarjeta de memoria debido a lo fugaz que fue, jamás olvidaré.


Llegamos a la zona donde acamparemos y aseguramos las mochilas, hemos visto un grupo de bueyes a unos cientos de metros enfrente de donde dormimos, nos acercamos. Durante el trayecto, vimos varios rastros tanto de perdiz nival como del esquivo zorro ártico.


"Lo único del zorro que pudimos ver, en un paisaje nevado ver algo blanco no es tarea fácil, aparte del temporal que tuvimos durante esos días."


Ya los tenemos delante, un grupo de 4 bueyes protegidos del viento, unidos para afrontar la larga y fría noche ártica. La zona donde se encontraban no favorecía a la fotografía per a su vez fue increíble ver el comportamiento de estos gigantes, cómo afrontan esas temperaturas extremas e interaccionan entre sí.


"Los dos más jóvenes del grupo juegan a golpear sus cuernos, momentos antes los dos adultos hacían lo mismo cuando el viento soplaba aún más fuerte."

Cae la noche sobre las 16:00 de la tarde, volvemos y montamos la tienda. El viento cada vez coge más y más fuerza. Preparamos el hornillo, mientras calentamos la nieve para cocinar aprovechamos y nos calentamos un poco las manos, pocas sensaciones hay como esa. Echamos el agua en los sobres de comida liofilizada y disfrutamos de una comida caliente, entre risas y frío.

"El último rayo de luz antes de preparar la comida. La mejor cena de mi vida.

Vídeo de Ieltxu."

30/11/19


El hielo se cuela hasta en el más pequeño agujero y el viento le favorece, la lona de la tienda parece que vaya a volar, metidos en el saco escuchamos la tundra.


"El material del saco saca la húmedad que nuestro cuerpo genera, para mantenernos secos y calientes, la temperatura de aquella noche llegó aproximadamente -25C°. En la foto Javi preparándose para salir y yo, segundos antes de despertar. Fotografía de Ieltxu"

Después de ponernos las botas, las polainas y más material congelado, salimos a buscar a los bueyes con la única e impresionante luz del norte. Vemos a dos ejemplares separados aparte de los cuatro que vimos la anterior noche, nos dirijimos hacia ellos. Nos miran, con el pelo congelado después de una noche a la intemperie , se acercan poco a poco y la luz se convierte en fuego. Sin duda una de las mejores partes del viaje, con la cámara apagada mirando aquella estampa tan espectacular. No puedo explicar la sensación que recorrió cada una de las partes de mi cuerpo. Después de tanto esfuerzo unas lágrimas cayeron por mi mejilla, duraron poco tiempo, el viento se las llevó y supongo que no llegaron a tocar el suelo antes de que se congelaran, una parte de mí se quedó en Noruega, así lo quiso el Ártico.

"No es el mejor vídeo, pero para mí tiene un valor enorme. Sin trípode grabar en estas condiciones es imposible, pero estos once segundos de balanceo son especiales."

Estuvimos fotografiando a estos gigantes hasta que el sol subió y dejó de regalarnos ese color. Recogimos la tienda y fuimos dirección a la cabaña. Con el sol en lo más alto, vimos al grupo de cuatro encima de una pequeña colina. Aprovechamos la ida para disfrutar de sus juegos en grupo.

"Estampas de invierno. El más jóven del grupo permanece detrás del mayor, hasta que otro de los integrantes del grupo empezó a chocar con él."


Esta vez llegamos más pronto a casa, el sol todavía no se ha puesto y los pájaros todavía siguen volando alrededor de nuestra cabaña. Comemos y revisamos las fotos, todavía sigo sintiendo el frío en los pies. Salgo a fotografiar los pardillos que revolotean los árboles de enfrente.




"Los supervivientes más pequeños que vimos en Noruega. Se aprovechan de los pequeños brotes que aguantan en la rama y todavía no han sido tapadas por la nieve."




1/12/19


Nos levantamos sabiendo que es el último día que pisaremos las largas extensiones de nieve. Esta vez cambiamos de rumbo, nos adentramos en una zona más cerca del pueblo. En paralelo con un río congelado seguimos caminando en busca de lo que aparezca.


Algunos rastros delantan la presencia de los animales que merodean esa zona, perdices y liebres, estas últimas aprovechan la cobertura vegetal que ofrecen los pequeños arbustos de la riera para encamarse y pasar las noches más ventosas. Entre las marcas tan características de sus huellas, destacan los enormes boquetes en la nieve que solo pueden causarlos un buey de gran tamaño. Caminamos y le vemos a lo lejos, calmado y aguantando el frío, nos acercamos.


"No deja de nevar, esta vez mucho más calmado. Los árboles paran el viento, aunque este no sea un problema para los bueyes. La foto es tal y como fue el momento, silencio, calma y nieve."


Atravesamos arbustos y cruzamos el río helado, los nervios son más notables cuando andas por encima de unos centímetros de hielo. Javi y yo nos quedamos fotografiando al buey mientras dormía, Ieltxu siguió hacia delante, hora de alcanzarle. A base de sus huellas lo encontramos y para nuestra sorpresa, tenía delante a dos gigantes de la tundra. Aparte de la caminata para volver a la cabaña, nuestro día acabó así. La despedida con ellos, con los causantes de que cogiera un avión en Barcelona hacia una de las zonas donde el invierno se apodera de todo.



"Tranquilos, confiados y fuertes. En lo alto donde la hierba se destapa, nos despedimos de ese paisaje tan inhóspito que tanto nos regaló."





Los siguientes dos días los pasamos viajando a Oslo, donde partiriamos de nuevo a nuestras verdaderas 'cabañas' y sin preocuparnos de que la nieve bloquee la puerta.


Espero que os haya gustado este pequeño viaje al Ártico, tanto el texto como las fotografías son parte de ese lugar. Como dije al principio, esta aventura ha estado repleta de mil y una sensaciones que sin duda han hecho que aparte de un viaje sea un bonito recuerdo.


Gracias por leer 'Gigantes de la tundra'.



Carlos Molina Camacho




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